¿Y si por fin nos atreviéramos a asumir nuestra responsabilidad y a decidir lo que queremos hacer con nuestra vida?
Me gusta entender la responsabilidad (respons/h/abilidad) como la habilidad para elegir la respuesta que damos ante cualquier circunstancia que se nos presente, esa libertad última de la que hablaba Viktor E. Frankl en su impresionante libro “El hombre en busca de sentido”, “la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio camino.”
“El hombre tiene capacidad de elección”, ¡qué frase! Aparentemente simple, sencilla, corta, no parece nada del otro mundo y sin embargo, qué poco nos la creemos, qué difícil de integrar, qué difícil de vivir.
“Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito… En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo”-afirmaba Frankl.
Aquí están otra vez los dos caminos: el del tigre o el de la oveja, el del protagonista o el de la víctima, el del que elige a pesar de las circunstancias o el del que cree, desgraciadamente, que son las circunstancias las que eligen por él.
Quizás los que transitan por este segundo camino, el de las ovejas y las víctimas, sólo hayan desatendido y olvidado una pequeña parte de su libertad, y por su reducido tamaño la ignoren, sin darse cuenta de que en esa pequeña parte está el secreto y el sentido de la vida.
Siempre podremos elegir quién vamos a ser a través de nuestro hacer, y en esta elección podemos encontrar la gran diferencia entre ser humanos o sólo parecerlo, entre asumir nuestra responsabilidad y hacer frente a las situaciones, o entregarnos sumisamente a ellas.
“¿Qué es en realidad el hombre? -se preguntaba Frankl.
Su respuesta deja fuera de esta categoría a un alto porcentaje de la población mundial: “Es el ser que siempre decide lo que es”.
Si estás dentro puedes sentirte orgulloso, enhorabuena, hace falta valor para pagar el precio de asumir tu responsabilidad; si no lo estás, ten cuidado con lo que haces con tu vida, el precio de no asumirla ni te lo imaginas.
Decidí
Y así, después de esperar tanto, un día como cualquier otro decidí triunfar…
Decidí no esperar a las oportunidades sino yo mismo buscarlas,
decidí ver cada problema como la oportunidad de encontrar una solución,
decidí ver cada desierto como la oportunidad de encontrar un oasis,
decidí ver cada noche como un misterio a resolver,
decidí ver cada día como una nueva oportunidad de ser feliz.
Aquel día descubrí que mi único rival no eran más que mis propias debilidades, y
que en éstas, está la única y mejor forma de superarnos.
Aquel día dejé de temer a perder y empecé a temer a no ganar.
Descubrí que no era yo el mejor y que quizás nunca lo fui.
Me dejó de importar quién ganara o perdiera,
ahora me importa simplemente saberme mejor que ayer.
Aprendí que lo difícil no es llegar a la cima, sino jamás dejar de subir.
Aprendí que el mejor triunfo que puedo tener, es tener el derecho de llamar a alguien «Amigo».
Descubrí que el amor es más que un simple estado de enamoramiento: «el amor es una filosofía de vida».
Aquel día dejé de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados
y empecé a ser mi propia tenue luz de este presente.
Aprendí que de nada sirve ser luz si no vas a iluminar el camino de los demás.
Aquel día decidí cambiar tantas cosas…
Aquel día aprendí que los sueños son solamente para hacerse realidad,
desde aquel día ya no duermo para descansar…
ahora simplemente duermo para soñar.Walt Disney
Post escrito por David Cru, socio-director del Instituto Europeo de Coaching